Durante sus 10 meses de crianza en los foudres de 5.000 litros de roble ha sido capaz de conseguir esos matices y complejidad que hace grande a un vino de Jumilla, teniendo una madera integrada y respetando al 100% las características de los viñedos de los cuales procede. Es un vino fresco y balsámico típico de la Monastrell y a la vez se siente buen soporte en boca por sus suelos calcáreos. Equilibrado, elegante y fino, es un vino con un final persistente.